y su proverbial sandez

Un toro los separó

10:45 Posted by Martín Caño , , 1 comment
He de aclarar, antes de que los antitaurinos se me echen encima indignados, que la historia que voy a contar, aunque tiene la temática de la Fiesta Nacional, no es una epopeya, es una historia de amistad, el relato de dos personas.

Era una horrorosa tarde de junio, en la que es considerada por muchos como la plaza de toros más importante del mundo, la Maestranza de Sevilla. Lo que era en principio una tarde de fiesta, pues el novillero conocido como El Niño del Estrecho tomaba la alternativa a lo grande, en la mejor plaza y a manos del maestro valenciano Ponce, se tornó en una amenazadora suerte que hizo a todos los espectadores temer por la integridad física de los diestros.

No paraba de llover, incluso a cántaros, y el aforo de la Maestranza, repleto porque venía Ponce, aguantó el chaparrón entendiendo que era una fiesta de alternativa, y salvo hecatombe, no admitiría el aplazamiento. Aquél junio de 2002 era el día de El Niño del Estrecho.


El diestro de Algeciras recibió al primer toro, un manso peligroso y astifino, que en nada permitió el lucimiento del torero. Ese toro hosco y remolón fue desgraciadamente el primer toro de la carrera como matador del gaditano. Mucho pundonor y coraje, pero ni el toro ni el tiempo permitieron arrancarle nada al morlaco.

Pero la negra historia se tiñó de sangre en el segundo del Niño, un toro nervioso y liviano, de nombre "Maiquito". Cuando salió de toriles, el animal salió disparado buscando al matador, persiguiendo al destino. El diestro se mostró tranquilo y dejó corretear a Maiquito, que pisoteaba los charcos como chiquillo travieso. El Niño salió al ruedo y perdió una zapatilla. Unos pases más que correctos y una media verónica sacaron los primeros aplausos de la tarde para el nuevo diestro. Suspiros de España entonaba la banda, y el espectáculo prometía. Ponce, con las manos en la barrera, observaba cauteloso el discurrir de la lidia. Desde la barrera, el apoderado del Niño, un tal Restituto, no paraba de vociferar "¡Apégate, Niño, que de aquí sales con los pies palante o por la pueta grande!", "¡la zapatilla, ponetela que te va a escurrí!". El Niño de Algeciras, crecido, y viendo que las cosas le salían mejor que con el primero, se quitó la zapatilla que le quedaba y la lanzó al contra la barrera. Aplausos.

Y llegó el momento del tercio de varas, de castigar un poco al toro, y Ernesto Chirón, el picador, saltó a escena. Apenas el toro vio al caballo, se lanzó agresivo a herirlo, pero Ernesto, muy ducho en estas lides, giró rápido a su montura y Maiquito embistió en las protecciones del caballo, que fue desplazado hasta la barrera, donde el toro se ensañó más. Chirón sabía su trabajo y castigó duramente a Maiquito, que comenzó a acusarlo. El Niño miraba imperturbable, con los ojillos entornados. Con un gesto, dijo a su picador que cesase el castigo.

Y sonó el cambio de tercio, y ya se estaba preparando el primer banderillero de la cuadrilla, un militar de profesión y banderillero de vocación, uno que llamaban "el Marqués", y que ocasionalmente formaba parte de la cuadrilla del Niño. Alto, elegante, fornido, de grana y oro, tomó las banderillas, acariciándolas, acomodándoselas. Todos desaparecieron de la plaza y se quedó él sólo con Maiquito. Le gustaba lucirse. Alzó los brazos y caminó pausadamente, contoneándose, hablándole al toro. Ese era su momento, no sabía apenas dar un pase, pero la banderilla era algo que dominaba. El Niño del Estrecho pensaba orgulloso de su banderillero "este cabrón siempre quiere ser más protagonista que yo". Y sonó un grito, el Marqués voceó al animal, que se arrancó, pero a apenas tres metros del banderillero, se detuvo, y fue el hombre el que se tuvo que acercar a la bestia, entró en su terreno. La suerte estaba echada, y  cuando el toro le tuvo a unos centímetros, hundió la cara en el suelo y la alzó bruscamente, empitonando al Marqués en una pierna, oyéndose un crujido espantoso. Ponce fue el primero que saltó, instantáneamente. El toro no se ensañó a Dios gracias, pero la cogida era grave y un reguero de sangre le salía al Marqués de su pierna izquierda. Le cargaron los de la cuadrilla y, taponándole la herida, le llevaron a la enfermería. La sirena de la ambulancia sonó en un par de minutos. Murmullos.

El tercio de banderillas se completó sin sobresaltos, pero todos en la plaza se preguntaban por el estado del Marqués, sobre todo, el Niño del Estrecho. que, como buen profesional, tenía que terminar la faena y matar al toro. Salió, descalzo, al centro de la plaza, y emotivamente, brindó el toro al público. Gran y sentida ovación. Pero la cosa cambió, y los gritos entre el público fueron la tónica el resto de la faena, pues rabioso, el Niño quería vengar a su compañero herido, y se arrimó, más de la cuenta. En barrera, Ponce se temía lo peor, y rezaba en silencio para que lo matase de una vez, pues el Niño estaba empezando a dejar de respetar al toro; estaba como loco.

Y llegó la culminación de la faena. El Niño cogió el estoque y se dirigió hacia el toro. Lucía elegante y discreto, de azul y oro, y en la manga de la chaquetilla llevaba una gran mancha de sangre de su banderillero. Quería acabar cuanto antes. Encaró a Maiquito, bajó, arrastró la muleta, y llamó al toro, que acudió cansado y obediente. La estocada fue certera, hasta la empuñadura, pero se produjo una conexión fatal, pues cuando el Niño hería de muerte al animal, éste buscó al torero en un último intento, y lo encontró corneándole una, dos, tres veces, bajo la nalga. Ponce fue también el primero en llegar a sacar a Maiquito de allí, y mientras la cuadrilla se llevaba al Niño a la enfermería, el maestro Ponce observó al toro fallecer estrepitosamente, con un mugido que le caló los huesos.

El Marqués fue trasladado al Hospital Virgen Macarena, y su estado, aunque grave, no hacía peligrar su vida. Había perdido mucha sangre y tuvo una fractura abierta en el fémur izquierdo. A los dos años tuvo un hijo y nunca volvió a ponerse delante de un toro.

El Niño del Estrecho tuvo peor suerte. Como la ambulancia se había ido con el Marqués, tuvo que permanecer unos minutos esperando a otra que le llevó al Provincial de San Lázaro, y la grave cogida, aunque no fue mortal, le tuvo convaleciente varios meses. No volvió a ser el mismo. Tuvo que vender su cortijo en Villamartín y su adorado Mercedes para hacer frente a las deudas. Intentó volver a torear, pero ya no era el mismo. La gente le decía que se había vuelto más prudente, pero el Niño sabía que el miedo había entrado en su cuerpo y que no podría volver a torear.

Como era joven, un amigo le habló de ingresar en el ejército, y, como siempre fue bueno para los estudios, consiguió aprobar en el primer intento. Fueron años felices en los que descubrió una nueva vocación, y solicitó un destino en el mar, su gran pasión. Todo rodaba perfecto para el ex-Niño del Estrecho.

Y un día llegaron nuevos militares destinados a su cuartel, y el Niño, sentado en su mesa de trabajo, revisando papeles, se quedó helado cuando vió por primera vez después de seis años a su banderillero, al Marqués. Éste, igual de sorprendido se detuvo en seco y murmuró un entrecortado "Maestro...". Sus últimos recuerdos eran de lluvia y sangre, de sufrimiento. Ambos se fundieron en un abrazo y corrieron lágrimas, muchas lágrimas, pero esta vez no de dolor, sino de amistad.

Esta historia me la dio a conocer un amigo común que tengo con el Niño, el que fue el apoderado del diestro, el tal Restituto Navas, que me cuenta con una sonrisa pícara como se juntan los tres a ver carreras de F1... y alguna vez hablan de toros.

1 comentario:

  1. DOY FE DE ESTA HISTORIA, YO ESTABA ALI.
    SOY UNO DE LOS MONOSABIOS DE ERNESTO CHIRON

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En "El Guajolote Sagrado" agradeceremos todos los preciosos textos que con que nos deleitarás, pero pero si escribes una guajolotada abominable, mejor que mejor.

No le faltes al respeto a ´naiden´