y su proverbial sandez

La cansinez de la escudería

13:04 Posted by Martín Caño No comments
A medida que se acercaba al pitlane, Fernando trataba de efectuar su transformación, pasando de ser un abatido y decepcionado piloto recién varado en la arena para convertirse en un profesional molesto con las dificultades que día tras día se encontraba en su profesión. Cuando apenas estaba a cien pasos de la calle de boxes, aumentó la cadencia del paso y frunció el entrecejo. Fernando sabía que esta actitud le haría quedar bien con el resto del mundo, pero en su yo interior era ese piloto abatido y decepcionado.
Las caras de los mecánicos e ingenieros de los otros equipos lo decían todo, desviando la mirada cuando Fernando posaba en ellos su vista. Una palmadita en la espalda de un mecánico de otro equipo, al que un Fernando perdido en ensoñaciones ni siquiera miró, le hizo despertar y concentrarse en la batalla.
-¡Diez caballos, Stefano, eso es lo que quiero! -gritó enojado al entrar en el box de su escuderia-.
Stefano y Aldo se acercaron recelosos a Fernando que, secándose la cabeza con una raída toalla, los observaba entre colérico e interrogante. Fue Aldo el primero que habló.
-¿Qué te ocurrió, Fernando? En televisión vimos que te adelantaban Schumacher y Kobayashí a la vez y que perdiste el control, pero en la telemetría no se ve nada anormal.
En el monitor de TV, Fernando observaba a Kamui, al que todo el mundo abrazaba y que era ese día, el hombre más feliz del mundo.
-¿Ganó Kobayashi? -preguntó Fernando a la televisión-.
-Si -contestó Stefano-.
-No sé qué paso. Miré por el retrovisor y vi un Mercedes, y medio segundo después me estaban adelantando dos coches a la vez. Perdí el control del coche, no sé qué pasó. Mi motor estaba bien y mis neumáticos también. Necesito más punta, Stefano. Así no puedo luchar por nada.
Fernando dio esta explicación y sabía que no era cierta, porque el motivo real de su salida de pista fue que él, el mejor piloto de la parrilla, se asustó cuando al girar levemente hacia la derecha porque le estaban adelantando por la izquierda, se encontró con un Sauber que también le adelantaba, girando bruscamente el volante hacia la izquierda y perdiendo el control del monoplaza.
-Debemos ver los datos concienzudamente para explicarnos por qué tu coche no anda lo rápido que queremos -contestó Aldo-. Es raro, porque Felipe...
-¡No me venga con Felipes! -contestó airado Fernando-. Tenemos el mismo coche y yo creo que sé como trabajar para que vaya perfecto, y mi coche va perfecto, pero el de Felipe parece de otro equipo.
En ese momento entró sonriente en el box Luca, el presidente, que llamó a Stefano con un gesto. Fernando apenas miró de reojo al jefe y volvió la vista a la televisión, donde en ese momento, un emocionado Kobayashi sentía el placer de oir el himno japonés.
-Es el momento ¿verdad? -preguntó Luca a Stefano, mirándole fijamente a los ojos-.
-Creo que si, Luca.
Luca se volvió y se dirigió satisfecho a su despacho. Este Stefano era un gran tipo, no ayudaba en nada, pero tampoco estorbaba nunca. Sumido en esos pensamientos, cerró con llave la puerta de su "despachomóvil" y se acomodó en su sillón. Cerró los ojos y pensó en la trascendental decisión que estaba a punto de tomar. No, no estaba preparado. La emoción de la carrera y tres copas de lambrusco no le hacían estar completamente lúcido para hablar con el banquero, y necesitaba estar al cien por cien, pues de esa conversación dependía el futuro inmediato de la escudería, su patrocinio y su piloto principal.
Al día siguiente, ya en Italia, Luca, reclinado en el lujoso asiento de su despacho, ojeaba el acuerdo de patrocinio del banco, cuando un pitido desagradable le sacó de su concentración.
-Clara, ¿cuando me van a cambiar la melodía? -dijo enojado a su secretaria-.
-Ya hemos llamado al servicio de mantenimiento, signore Luca -dijo una vocecilla por el altavos del interfono-. Tiene usted al teléfono al secretario del señor Emilio.
Luca respiró hondo, notando como se le aceleraba el ritmo cardíaco a medida que su mano se acercaba al enorme teléfono rojo.
-¿Si?
Una voz varonil le respondió en un inglés aséptico.
-Buenos días. No se retire.
Tras unos interminables segundos, una voz afable gritó su nombre.
-Luca ¿como está?
-Signore Emilio, es un placer saludarle ¿como está su familia?
-Bien, a Dios gracias. Vi ayer la carrera, y este Felipe nos puede dar alegrías -dijo don Emilio, yendo directo al asunto-.
-Precisamente de eso quiero hablarle, don Emilio -contestó aliviado Luca por no haber sacado él mismo el tema-. Al bueno de Fernando no le está yendo bien, y no sabemos qué le ocurre, pero es un hecho que su trayectoria en este mundial va de más a menos...
El silencio era lo único que oía Luca por su auricular.
-¿Don Emilio?
-¿Dónde quiere llegar, Luca?
-Stefano y yo le hemos dado muchas vueltas al asunto sobre el que voy a interrogarle, don Emilio, pero... hum.
-¿Qué le ocurre, Luca? -dijo don Emilio, que comenzaba a impacientarse-.
-Verá, don Emilio ¿como vería usted que sacrificásemos la temporada de Fernando para intentar que Felipe sea el campeón, ya que tiene muchas posibilidades y, sin duda, su paisano le podría ayudar? Stefano opina que es el momento idóneo para que Felipe obtenga todos los puntos posibles.
La respuesta de don Emilio fue rápida, sin dudas.
-¡De ninguna manera! Ustedes pueden hacer con la dirección deportiva lo que les venga en gana, que para eso les pago, pero les recuerdo que estoy en la escuderia por Fernando y que tengo a todo un país detrás. Esto no es ninguna broma, Luca -añadió indignado don Emilio-. Estoy patrocinando todas sus salidas de tono y me estoy dando cuenta, como no, que Fernando no obtiene los mismos buenos resultados de Felipe. Le recuerdo que el contrato del nórdico para 2010 lo pagué yo. ¡Me da igual, mientras yo siga pagando aquí, Fernando nunca será el número dos! Usted hará lo que tenga que hacer, que yo también tengo mis métodos, pero no veré a mi piloto dejando ganar a nadie, ¡a nadie! ¿estamos?
-Estamos. Buenos días -dijo congestionado Luca, colgando el teléfono-.
La cabeza le daba vueltas ¿quien me manda a mí hacer negocios con españoles? Ante sí se abría gran incertidumbre. Por un lado podría desoír al banquero y hacer ganar a la escudería un título mundial, siempre y cuando Fernando le hiciese caso. En ese supuesto, se podía olvidar del dinero del banquero, y por supuesto de Fernando para siempre, pero de no ganar el campeonato tendrían que caer cabezas, y quizá fuese la suya la que rodaría. La otra cara de la moneda era hacerle caso al banquero y probablemente perder el campeonato y a Felipe, pero manteniendo al mejor piloto y el dinero del banquero. Claro, que de ganar el campeonato con Felipe, a trancas y barrancas, se mantendría todo el entramado para el año siguiente, y sin variación. Levantó el teléfono.
-¡Stefano! Seguimos como hasta ahora pero... ¡concéntrate más en Felipe!

"Entre rosas he nacido y entre armas moriré"
Axl Rose

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